miércoles, 20 de marzo de 2013

Arquitectura y consumo



El espacio basura según Rem Koolhaas, “aparenta ser un espacio, una sombra o residuo del espacio moderno o, por otro lado, es el presagio de lo que ocurrirá en todas partes.” Es un espacio sin límites, sin orden, sin verdad, es un imperio de confusión donde no existen prejuicios, orden ni jerarquía; un espacio de saturación donde predomina la ambición del más y la acumulación como fin en sí mismo. Algo no pensado pero que  organiza las ideas, invade nuestros sentidos y nos seduce, va directo a nuestros gustos y ataca nuestras debilidades. En él prevalece la actividad de entretenimiento, el flujo de mercancía, información y dinero.

La caracterización que hace Koolhaas, define el  espacio basura, o al menos el más representativo de ellos, como aquel lugar donde  predomina el consumo. Esta técnica ha creado un fenómeno de convergencia cuyos efectos son irremediables. Técnicas racionalizadas con los géneros de vida, las cuales se  manifiestan en la uniformidad típica de las necesidades como lo es la vivienda, el vestido, etc., buscando desarrollar un género de vida de carácter universal.

El consumo de bienes y servicios se ha introducido a tal nivel en la conciencia colectiva que ha logrado alterar el modo en que habitamos y percibimos el mundo. Los vendedores se han vuelto más ingeniosos, rastreando nuestros hábitos de compra a través  de las tarjetas de crédito,  de los códigos de barra, elaborando perfiles de consumidores observando nuestro comportamiento en el propio local, analizando los gustos para idear nuevas maneras de producir deseo y necesidad. El consumo es el estímulo de todos los sueños y “sus trayectorias incluyen viajes, vacaciones, increíbles aventuras para todos nuestros sentidos.”

No es de extrañar ante esta transformación que los centros comerciales lograsen desaparecer los límites entre las categorías tradicionales de arquitectura, urbanismo y paisaje, que rehagan la cuidad al punto de hacerla inconcebible sin el mismo. De hecho, visitar estos espacios ha reemplazado la vida urbana de  los centros históricos y estos, si quieren sobrevivir se tienen que convertir  a su vez en un simulacro de “shoppings”. Es por ello, que todo espacio público parece condenado a ser espacio de consumo: “las ciudades se están transformando en gigantescos centros comerciales o galerías utilizadas para la libertad de expresión”, que no es otra libertad que la de consumir.

Es inevitable, pues, enfrentarse a las siguientes inquietudes: ¿no le queda otra alternativa a los centros urbanos que ser un simulacro de estos espacios comerciales para volver a ser el centro? ¿Es esto una tragedia para la arquitectura y el urbanismo?


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